Aprovechando este tiempo de introspección, de viajes internos y recogimiento a que nos invita esta semana, me preguntaba qué necesito mirar un poco más profundo y terminar de liberar. Reflexionaba sobre la muerte y qué decido dejar ir, qué necesito que muera para darle fuerza a mi nueva vida, a mi ‘Renacimiento en el Amor’, como he declarado este año.
Buscando entre unos papeles, encontré un artículo que escribí hace 10 años, sobre «La Víctima” y que nunca publiqué. Y como no creo en las casualidades y estaba en mi reflexión, lo tomé como la respuesta a mi pregunta de ayer sobre a qué necesito dar muerte, aprovechando las energías de la fecha, a propósito del Viernes Santo.
Seguido me pregunté: ¿qué parte de mi es víctima y todavía entra en resonancia con esa vibración? ¿Quiénes a mi alrededor son mis espejos y se creen víctimas, de la vida, o de las enfermedades, del trabajo, de las oportunidades que no llegan, de las cargas que asumen…? o incluso ¿A cuántos atraigo que se sienten víctimas mías?
Y muchas preguntas más. Encontré de repente mucho para reflexionar. En 10 años es mucho lo que ha llovido y parto de reconocer que también es mucho lo que he crecido. Ese crecimiento es el que hoy me permite volver a revisar algo que creo trabajado y me doy la oportunidad de volver a mirarlo desde donde estoy ahora.
Uno de los aprendizajes más contundentes en mi proceso de trabajo interior, ha sido el reconocimiento de que todo lo que me ocurre, tiene que ver conmigo. Eso de lo que me quejo o resiento, aunque no lo entienda de inmediato, en cierta forma lo he creado yo desde mi falta de amor para mi misma. Lo he creado consciente o inconscientemente, lo provoco de alguna manera, lo permito y hasta lo alimento. Esa falta de amor me hace quedarme en relaciones que ya no quiero, que no me aportan; me hace no poner límites; me hace seguir trabajando de manera que ya no me apetece; me hace no cuidarme y no ofrecerme lo mejor en términos de alimentación, descanso, calidad de vida, etc; En fin, me des-sintoniza de fluir en la abundancia y en la atracción de relaciones prósperas en un sentido amplio, en la construcción de efectos positivos para mi vida.
La víctima con frecuencia viene de la herida de carencia que traemos de la infancia. De sentirnos indefensos, desprovistos, sin estima, sin autovaloración y pasar a la adultez sin resolverlo. Mostramos entonces el “pobrecita/o de mi” que es a quien abusan, timan, engañan, sobrecargan, demandan, entre muchos más etcéteras. Con esto se gana la compasión propia que tranquiliza momentáneamente y la simpatía de los demás, que serían los “salvadores”.
También viene de haber sido abusados de alguna manera muy temprano y no poder superarlo, mirando los maltratadores en todos lados como un mecanismo de protección que a la larga lejos de construir, destruye. Es parte de la máscara que nos permite ser los “sacrificados”, los “disponibles”, “los que dimos todo”, “los que fuimos tan buenos y luego, mira como me pagan” o “tanto que me he cuidado y mira como me enfermo” ¿Te suena? Con esto, además, nos situamos en la posición de “el bueno”, “la buena” y por supuesto, hay un malo que no soy yo. Así jugamos a las polaridades absolutas y se convierte e n el juego de los buenos y los malos.
La autocompasión exagerada lo que hace es que nos aleja de mirar el tema más ampliamente, nos anestesia temporalmente y nos aleja porque nos mantiene centrados en nosotros. Por eso elijo la compasión amorosa, que puede mirar más allá, que me permite reconocer que todo tiene que ver conmigo sin juicios. Esa toma de consciencia me lleva de la víctima que tiene que ser rescatada a la responsable que se rescata a sí misma; ahora depende de mi. Desde ahí, tomo el impulso de salir del círculo destructivo de buscar culpables en todo. En este viaje introspectivo, morir a la víctima que hay en mi me da la oportunidad de tomar responsabilidad y hacer algo con todo aquello que me pasa y no quedarme ahogada señalando afuera lo que está realmente dentro de mi. Poder mirar esto es un verdadero alivio pues pone la solución en mis manos.
Lo primero que se me ocurre ahora es agradecer, sí, agradecer todos los espejos en forma de crisis, de malos entendidos, de ofensas hacia mi, a todas las oportunidades que se me fueron de las manos, a todos los que me han negado algo, a los que me han causado dolor, a lo que me ha parecido injusto, a las enfermedades que he tenido, a los momentos de carencia material, a mis verdugos internos y externos y por qué no, a todos los que han sentido que les hice daño o que he sido injusta o indolente. Agradezco a todo eso que me muestra la víctima en sus variadas apariciones y máscaras. Lo llevo todo a mi corazón sin juicio y lo tomo como es: gracias!
Gracias por darme la gran lección de volver la mirada hacia mi y ayudarme revisar mi necesidad de “tener razón”, dándome cuenta que no ha sido más que una manera de seguir anclándome a la víctima. Gracias por todas las situaciones conflictivas o que me parecieron injustas; lo siento por no haber mirado lo que de mi lo provocó consciente o inconscientemente. Dejo la responsabilidad en cada parte, asumo lo mío y lo demás suelto.
Dejo morir mi víctima, mi tener razón, las acusaciones afuera y me permito compasivamente nacer a la responsabilidad desde la bondad amorosa de mi corazón, que se da el permiso de tomar el aprendizaje. Sigo con menos cargas, dando más fuerza a la adulta que sigue sanando y renaciendo cada día a un estado más cercano al amor.
Te deseo lo mejor,
Raquelina Luna
NY, 15 de abril, 2017